sábado, 28 de abril de 2007

¿Como eran los primeros bosques?.


Gracias a nuevos fósiles consiguen reconstruir una especie fósil de árbol que formó los primeros bosques sobre la Tierra y también resolver un enigma de más de cien años.

Uno de los ecosistemas más ricos que hay ahora sobre este mundo corresponde al bosque tropical. Las interacciones entre las distintas especies animales y vegetales son de una complejidad que producen admiración a aquellos que lo estudian.

Hay otros bosques menos complejos, pero que igualmente nos producen satisfacción al estudiarlos o simplemente al caminar por ellos. Incluso a veces nos proporcionan riqueza y materias primas.

Otras veces, por desgracia, los quemamos o los explotamos hasta su total destrucción y esos lugares con su inusitada riqueza biológica desparecen para siempre.

¿Cómo fueron los primeros bosques? No siempre los bosques fueron iguales a los actuales. Con un poco de suerte podemos investigar y pensar sobre los bosques primitivos gracias al registro fósil que nos permite un maravilloso viaje en el tiempo.

En el pasado hubo bosques por los que caminaron los dinosaurios. Hubo bosques sin flores poblados por coníferas o por calamites, cicadáceas, lepidodendros o incluso helechos arborescentes. Bosques por los que alguna vez volaron libélulas gigantes.

Algunos de ellos produjeron el carbón durante el periodo carbonífero, carbón que todavía quemamos o utilizamos por ejemplo para fundir el acero. Algunas especies que poblaron esos lugares se extinguieron y no dejaron ni fósiles, de otras nos quedan sus descendientes y otras sus restos fósiles.

Pero antes de que los dinosaurios llegaran, antes de que ningún mamífero, reptil o vertebrado caminara sobre la Tierra ya había bosques y los árboles que los poblaban eran distintos a los actuales.

Recientemente se acaba de hacer la reconstrucción de una de esas especies. En el siglo XIX ya se habían encontrado tocones de esta especie de árbol, pero hasta el momento actual no se habían encontrado las copas de los mismos.

Los fósiles analizados tienen unos 385 millones de años, por lo que se erguían sobre el suelo 135 millones de años antes de la llegada de los dinosaurios, momento que corresponde al periodo Devónico. El Devónico fue el periodo en el cual se desarrollaron los peces en el mar, pero sobre el suelo firme los únicos animales complejos eran artrópodos.

En 2004 se encontró la copa de un ejemplar de árbol primitivo en la arenisca de Gilboa (Nueva York) que se corresponde a una especie que probablemente formó el bosque más primitivo conocido. El fósil tiene una edad de entre 360 a 397 millones de años y mide cerca de dos metros. En la misma localización se encontraron más tarde secciones del tronco que han permitido a los expertos de Binghamton University y de Cardiff University reconstruir totalmente el ejemplar, y por tanto a la especie, y resolver un enigma de 130 años, cuando en el XIX, y a 16 Km. de distancia de esta localización, se encontraron sólo unos pocos tocones que ahora se sabe pertenecen a esta especie de árbol.

Esta especie no tenía hojas individuales pero si frondas a la manera de los helechos, aunque no iguales a las de éstos.

Los investigadores creen que este ejemplar de árbol medía unos 8 metros de altura con una base muy masiva de casi 1 metro de diámetro, un largo y delgado tronco carente de ramas (pero con numerosas marcas) y estaba rematado en una copa formada por frondas. Las frondas estarían estructuradas de manera similar a la palma de una mano con sus dedos, de los que partían ramas y ramificaciones que efectuaría la fotosíntesis además de tener funciones reproductoras.

Más tarde se encontró otro ejemplar de casi 7 metros de altura que confirma el primer hallazgo.

Los expertos han clasificado esta especie dentro del género Wattieza gracias a que los apéndices de las ramas tienen las puntas recurvadas como en las especies ya conocidas, y claro signo de que las frondas se dejaban caer hacia el tronco.

Las marcas longitudinales del tronco probablemente se corresponderían a parte del sistema vascular del organismo, y otras marcas del tronco a las señales dejadas por las ramas al desprenderse del tronco. En esa época las plantas estaban compuestas, por tanto, por poco más o menos que palos que además efectuarían la fotosíntesis.

El descubrimiento ha ayudado también a determinar que los Eospermatopteris pertenecen a la clase Cladoxylopsida, que eran grandes plantas vasculares ya extintas con una morfología espectacular para su tiempo.

Este descubrimiento ha dejado boquiabiertos a algunos paleontólogos. Los científicos están fascinados con este árbol porque fue una de las especies responsables de la forestación primigenia de la Tierra que hizo de nuestro planeta un lugar verde por primera vez. Esto produjo un impacto radical sobre el ciclo del carbono, sobre el clima, y en última instancia sobre la evolución de los animales en esos ecosistemas y que finalmente originó la biodiversidad sobre la superficie de este planeta.

Recolectando toda la información disponible los investigadores consiguen reconstruir no sólo el árbol en cuestión, sino todo el ecosistema de hace 360 millones de años. Estos árboles crecerían juntos separados entre sí por unos pocos metros formando un bosque.

El suelo de este bosque estaría cubierto de las ramas muertas que los árboles dejaban caer periódicamente. Entre los árboles había arbustos de estructura similar, otras plantas y los precursores de las primeras coníferas. Los artrópodos vivirían del detritus de este suelo. Por éste se arrastrarían ciempiés, milpiés y otros invertebrados parecidos a las arañas y ya extintos. El suelo sería más luminoso que el de los bosques actuales porque las copas no tapaban toda la luz procedente del cielo.

Los Eospermatopteris de Gilboa parece que estaban construidos para optimizar la estabilidad mecánica y la reproducción por esporas. En contraste con los árboles actuales, representarían una opción económica en la que, aparte de la inversión necesaria en esporas para asegurar la reproducción, las ganancias de la fotosíntesis se invertía en el crecimiento vertical del tronco.

La extensión y aumento de este tipo de bosques probablemente haría que se absorbiera gran parte del dióxido de carbono de la atmósfera, inmovilizándolo en esos desperdicios que cubrían los suelos. Las ramas que se dejaban caer se componía principalmente de lignina y celulosa que quizás las bacterias no fueran capaces de metabolizar, lo que significa que sólo la erosión devolvería el carbono contenido en sus tejidos a la atmósfera. La temperatura bajaría al disminuir el efecto invernadero y el clima terminó siendo parecido al actual. La disminución del CO2 (necesario para la fotosíntesis) haría además que más tarde evolucionaran hojas planas que facilitara su captación.

Como se puede ver el análisis de una sola especie vegetal fósil puede dar para mucho.



jueves, 26 de abril de 2007

Cáncer: Logran inhibir el desarrollo de melanomas



Es sabido que ciertos tumores hacen gala de estrategias para burlar las defensas del organismo. Ahora, un equipo de investigadores argentinos aporta un nuevo dato: si se bloquea en un melanoma una sustancia que estimula la formación de nuevos vasos sanguíneos que abastecen al tumor, éste no crece. Los resultados, probados en ratones, se publican en la prestigiosa revista Journal of Investigative Dermatology .

"Sabíamos que las células del melanoma producen una proteína, una citoquina, que tiene la particularidad de atraer hacia el tumor a los macrófagos, que son células del sistema inmune", relata la doctora Rosa Wainstok, profesora en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigadora del Conicet. La citoquina en cuestión se conoce como MCP1, según sus siglas en inglés.

En tejidos normales, esta quimioquina se expresa sólo en situaciones de inflamación aguda y luego desaparece. En cambio, en la mayoría de los melanomas humanos se expresa en forma constitutiva, y su efecto es atraer a los macrófagos al sitio del tumor. Una vez allí, esos macrófagos son "adoctrinados" por las células tumorales para que liberen sustancias que favorecen la producción de nuevos vasos sanguíneos (angiogénesis), encargados de abastecer de oxígeno y nutrientes al tumor. Sin esos víveres, éste no puede desarrollarse.

Los investigadores, en un estudio previo, habían analizado 50 biopsias de melanomas metastáticos humanos y habían observado que todos expresaban la quimioquina. Ante estos resultados, se preguntaron qué pasaría si bloqueaban la producción de MCP1 o si disminuían la llegada de los macrófagos al tumor. Para averiguarlo, inyectaron células de melanoma humano en ratones inmunodeficientes -carecen de la glándula del timo, y se los conoce como nude -. Estos animales desarrollaron el tumor humano. El paso siguiente consistió en estudiar las diferencias entre los tumores que expresaban la quimioquina MCP1 y aquéllos que no la expresaban.

Un avance significativo

"Nuestro objetivo era determinar si MCP1 beneficiaba el desarrollo del tumor o impedía su crecimiento", acota la doctora Silvina Gazzaniga, primera autora del trabajo mencionado y docente del Departamento de Química Biológica de la FCEyN. En el estudio participaron también el doctor José Mordoh, investigador del Conicet y del Instituto Leloir, y la doctora Inés Bravo, jefa de Patología Molecular del Hospital Eva Perón.

Los investigadores utilizaron una línea de células tumorales que no expresaban MCP1 y las transformaron, mediante ingeniería genética, para que expresaran la quimioquina. "Cuando estas células expresaban MCP1, el tumor crecía mucho más", afirma Wainstok.

Luego inyectaron en algunos animales determinadas drogas para reducir o eliminar MCP1, y, en otros, fármacos para disminuir la población de macrófagos. "En ambos casos, el tumor creció en menor medida", confirma Gazzaniga.

Lo importante fue que los tumores que expresaban MCP1 estaban más vascularizados y crecían mucho más que aquellos que no expresaban esa sustancia. "Así pudimos determinar que esta quimioquina producida por las células tumorales atrae macrófagos y los induce a producir sustancias que favorecen el desarrollo del tumor", señala Gazzaniga. Por eso cuando se dan reactivos para disminuir MCP1, crecen menos, y lo mismo sucede cuando se inyectan drogas para disminuir los macrófagos.

¿Esto indica que, en unos años, se podrá disponer de una terapia contra el melanoma? Al respecto, los investigadores expresan reservas: "Ningún tratamiento por sí solo es efectivo. Lo que se piensa es que habría que combinar distintas terapias para lograr un resultado satisfactorio", asegura Wainstok.

"La idea es atacar la enfermedad desde diferentes flancos, porque los tumores tienen varias estrategias para evadir los ataques", concluye Gazzaniga. La doctora Juliana Forster Fernández, médica de planta de la Sección Oncología Dermatológica del Hospital de Clínicas, afirma: "Este estudio representa, sin duda, un avance significativo, porque permite encarar nuevas formas de atacar el melanoma y otros tumores". Y agrega: "Si esto pudiera aplicarse en humanos, tendría mucha menor toxicidad que la inmunoterapia y quimioterapia actuales, que, además, no han demostrado una gran eficacia contra el melanoma".

El Registro Argentino de Melanoma Cutáneo (RAMC), programa conjunto de la Sociedad Argentina de Dermatología y la Fundación del Cáncer de Piel, registró, desde el 1° de enero de 2002 hasta julio de 2006, un total de 1460 casos. "Estos y otros avances en el estudio del melanoma permiten tener fundadas esperanzas en lograr mejores resultados terapéuticos en casos de melanomas avanzados", señala el profesor Fernando Stengel, jefe del Servicio de Dermatología del Cemic.

Fuente: Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA

lunes, 23 de abril de 2007

Cuando los Remedios no Remedian



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En 1987, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, una oficina de la Organización Mundial de la Salud, incluyó el metronidazol en el grupo 2B, que reúne a los posibles carcinógenos para humanos. La acumulación de evidencia científica sobre sus efectos mutagénicos en animales de laboratorio era considerada suficiente como para lanzar la advertencia. Desde entonces, un sinnúmero de experimentos en mamíferos ha probado que el metronidazol no sólo provoca cáncer, sino que, además, produce malformaciones en el feto, abortos y muerte perinatal.

Ahora, una investigación realizada en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA, publicada en la revista científica Reproductive Toxicology , indica que esa droga también puede afectar las células espermáticas: "En una dosis equivalente a la que se da a los seres humanos, el metronidazol indujo alteraciones morfológicas severas en los espermatozoides de ratones", explica la doctora Marta D. Mudry, investigadora del Conicet y directora del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la FCEyN.

El metronidazol es uno de los fármacos más utilizados en el mundo. De hecho, figura en los primeros lugares del ranking de prescripciones de los Estados Unidos ( www.rxlist.com ). Esto se debe a que ha demostrado ser una droga muy eficaz como antiparasitario y antibacteriano. También se lo usa para potenciar la radioterapia en el tratamiento de algunos tipos de tumores y, últimamente, para tratar las úlceras duodenales provocadas por el microorganismo Helicobacter pylori.

"Es un medicamento excelente si se lo emplea en los casos en que está indicado y si se siguen los protocolos aprobados", subraya el doctor Guillermo Benchetrit, jefe del Servicio de Infectología del Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari y ex presidente de la Sociedad Argentina de Infectología.

Pero su alta efectividad como antiparasitario ha dado lugar al uso reiterado de la droga en las zonas donde las parasitosis son endémicas, debido a las pésimas condiciones sanitarias en las que sobrevive la población. En esos lugares, donde la prevalencia de infecciones parasitarias en los niños puede alcanzar el 80%, el metronidazol es un fármaco de elección: "Se comienza a dar en la primera infancia y, en algunas regiones, los médicos aconsejan desparasitar a las personas, como rutina, cada tres meses, pareciera que a modo preventivo", advierte Mudry, que lleva más de veinte años publicando trabajos sobre los efectos de esa sustancia, y explica: "De esta manera se está injuriando constantemente el ADN, lo que aumenta significativamente la probabilidad de que se generen mutaciones".

El metronidazol atraviesa la placenta y llega a la circulación fetal. De la misma manera, si una madre está medicada con esa droga, el bebe la ingerirá con la leche materna. Por estos motivos, los prospectos desaconsejan su uso en el primer trimestre de embarazo y durante la lactancia. "Las advertencias en los prospectos se basan en estudios clínicos y, si no los hay, en las investigaciones en animales", ilustra el doctor Jorge Benetucci, profesor titular de la cátedra de Infectología del Hospital Muñiz, y al mismo tiempo aclara que "el metronidazol está indicado para tratamientos cortos".

No es poca la bibliografía científica que sugiere la necesidad de implementar más estudios clínicos que evalúen la toxicidad genética del metronidazol, sobre todo a largo plazo. Pero realizar ese tipo de investigaciones requiere mucho dinero: "En general, estas pruebas las realizan los laboratorios farmacéuticos y, si bien no se puede esperar que perjudiquen sus intereses comerciales, sería deseable que profundizaran los estudios sobre el metronidazol para reducir sus riesgos", opina Mudry.

Mientras algunos profesionales de la salud que no quieren darse a conocer admiten que el metronidazol "se da como pasto", no son muchas las alternativas posibles para reemplazarlo.

"Lo que nosotros pretendemos es que, a través de la investigación clínica, se genere un protocolo que permita un mayor descanso entre los tratamientos, para evitar exposiciones repetidas a un agente químico que no es inocuo", explica Mudry, "y que los médicos tengan presente que el uso del metronidazol sin un control adecuado puede tener, a largo plazo, consecuencias no deseadas, que deberían informarse al paciente para que conozca los riesgos y, así, no se automedique", agrega.

Para la investigadora, deberían realizarse acciones urgentes para cambiar las condiciones sociales y ambientales que promueven las parasitosis. En el mismo sentido, el doctor Hugo Spinelli, director de la Maestría en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud de la Universidad Nacional de Lanús, opina: "Por más que el médico que trabaja en zonas marginales, sin infraestructura básica, le indique al paciente que se lave las manos después de ir al baño, el problema es que esa persona no tiene agua en su domicilio", y termina: "Yo creo que, en ese contexto de exclusión, el medicamento toma todas sus dimensiones simbólicas, mágicas, y actúa como un tranquilizador tanto para la familia como para el médico. Ambos juegan a «hacerse los tontos», porque saben que el problema real es que no tienen agua.

Fuente: Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA

sábado, 21 de abril de 2007

Nueva vacuna contra la gripe aviaria


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Las autoridades de salud estadounidenses aprobaron una vacuna del laboratorio Sanofi-Aventis para prevenir la gripe aviaria en los seres humanos. La vacuna es la primera con autorización en Estados Unidos que intenta evitar que las personas se infecten con la cepa H5N1 de la influenza aviaria, indicó la Dirección de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés), de los Estados Unidos.

El virus H5N1 ha provocado la muerte de aves y seres humanos en otros países, y cada vez hay más temor por la posibilidad de una pandemia. La vacuna no estará a la venta a nivel comercial.

El gobierno estadounidense la está comprando para generar reservas que puedan distribuirse en caso de que efectivamente aparezca un brote de la enfermedad.

En la actualidad, los Estados Unidos cuentan con dosis de la vacuna suficientes como para inmunizar a 6,5 millones de personas. La vacuna fue aprobada para adultos de entre 18 y 64 años, y se estima que sólo brindará protección al 45% de las personas que la reciban.

Norman Baylor, director de la Oficina de Investigación y Revisión de Vacunas de la FDA, dijo que la inyección es "una especie de medida interina", hasta que se desarrollen mejores opciones. La dosis es mayor que la que se utiliza en las vacunas contra la gripe estacional, y deben aplicarse dos inyecciones con 28 días de separación.

"Sentimos que sería mejor, como parte de la preparación para la pandemia, tener una vacuna con licencia. Nuestra revisión sugiere que esta vacuna es segura y efectiva", dijo Baylor a periodistas.

El virus H5N1 de la gripe aviaria ya provocó la muerte de 172 personas de las 291 que se sabe que se infectaron, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Los expertos temen que la cepa adquiera la capacidad de transmitirse fácilmente entre los seres humanos, lo que podría generar una pandemia.

Si bien esta vacuna no es la solución definitiva, por lo menos es un avance muy importante en la materia.

Solo me queda por preguntar que pasará si esta infección se declara como pandemia en cualquier lugar del mundo fuera de Estados Unidos. Pues por la información proporcionada solamente está disponible para que la compre el gobierno Norteamericano para hacer una reserva para sus habitantes. ¿El resto del mundo simplemente se tendrá que morir?

Avance contra el mal de Parkinson


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Permitirá estudiar la dinámica de formación de fibras características de la enfermedad en células vivas.
Investigadoras argentinas acaban de dar con una clave para poder estudiar una proteína que se considera responsable del mal de Parkinson: desarrollaron un método para hacerla visible y así poder seguir sus huellas dentro de tejidos vivos. El trabajo, que se publicó en Nature Methods , ofrece una valiosa herramienta para investigar esta enfermedad, que afecta a personas mayores de 65 años, aunque en un 30% de los casos se presenta en individuos jóvenes, como le ocurrió al actor norteamericano Michael Fox.
Esta patología crónica y progresiva está caracterizada por rigidez muscular, temblores en las manos, las piernas y la mandíbula, y lentitud de los movimientos. Uno de los principales problemas que tenían hasta ahora quienes la estudian es que la proteína asociada con el mal (la alfa-sinucleína, que se acumula dentro de las neuronas dopaminérgicas) es muy pequeña, de apenas 140 aminoácidos, que son las moléculas que la forman, por lo que era difícil visualizarla.
"Generalmente, lo que se hacía era fusionarla con otra proteína fluorescente -explica María Julia Roberti, primera autora del trabajo, desde Alemania , donde se encuentra haciendo su doctorado en el Instituto Max Planck-. Pero como estas últimas son muy grandes uno podía terminar estudiando la proteína fluorescente en lugar de la alfa-sinucleína..."
Como alternativa, desde 1998 se propuso que, en lugar de fusionar una proteína entera, se agregara una secuencia de pocos aminoácidos que reaccionaran por afinidad con compuestos de flúor. Como éstos forman complejos muy estables, se pensó, sería posible conferirle propiedades fluorescentes a la proteína de interés.
El trabajo de Roberti fue crear esa proteína con la secuencia de aminoácidos en un extremo, sintetizarla y compararla con la natural para asegurarse de que se comportaba igual. "Generamos una proteína recombinante de alfa-sinucleína, con el agregado de un péptido que enciende su fluorescencia al unirse a la proteína y permite seguir el destino de ella en células vivas", afirma.
La alfa-sinucleína cumple una función fisiológica en el sistema nervioso, pero ante ciertas condiciones tiende a formar depósitos amiloides, muy tóxicos para las neuronas. Estos agregados que se detectaron en autopsias en el cerebro de enfermos de Parkinson, denominados "cuerpos de Lewy", van dañando las neuronas productoras de dopamina, un neurotransmisor vinculado con las funciones motrices, las emociones y los sentimientos de placer.
"El trabajo permitió ver la distribución y el comportamiento de la alfa-sinucleína en células vivas", afirma la doctora Elizabeth Jares, profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y directora del grupo, junto con el doctor Thomas Jovin, investigador argentino del Instituto Max Planck de Química Biofísica, de Göttingen, Alemania.
Tras probar que la proteína in vitro se comporta como la natural, las investigadoras comenzaron estudios en células de mamíferos, constataron que la nueva proteína posee las mismas características de la original y también pudieron seguir su comportamiento in vivo y determinar cómo sus moléculas se agrupan formando agregados. "La ventaja que tenemos es que no hay necesidad de matar a las células para estudiarlas", subraya Roberti.
La nueva herramienta permitirá desentrañar, en células y organismos vivos, el proceso por el cual se desarrolla la patología.
Hoy se cree que la toxicidad no reside en los depósitos grandes, sino en los agregados más pequeños, de pocas unidades. "Por eso, queremos indagar cuándo se forman", destaca Jares.
Para seguir la proteína marcada, utilizan "un microscopio de «arreglo programable» desarrollado en el laboratorio del doctor Jovin, que permite obtener imágenes a muy alta velocidad", agrega. El Instituto Max Planck contribuirá para la compra de este equipo en el país.
"Este estudio tiene implicancias en el ámbito médico -afirma Jovin-. A medida que logremos descifrar el mecanismo de agregación de las proteínas amiloides será posible diseñar nuevas drogas y tratamientos para impedir, retrasar, revertir o compensar el proceso." Y concluye: "Dado que la enfermedad no se presenta hasta que mueren la mayoría de las neuronas de las regiones afectadas, en paralelo pensamos desarrollar nuevos métodos diagnósticos que permitirán detectar la enfermedad en el estadio preclínico".
Fuente: Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) .

domingo, 1 de abril de 2007

La Fe y el ateo










En lugar de apagarla, la evolución permitió que la fe se expandiera en el curso de la existencia humana. Desentrañar las razones es aún el gran desafío de los investigadores

A Scott Atran la pregunta por Dios lo desvela desde la infancia, cuando tenía 10 años y garabateó en una pared de su habitación: “Dios existe y, si no, estamos en problemas…”. Antropólogo del Centro Nacional para la Investigación Científica de París, Atran, de 55 años, ha dedicado buena parte de su vida a desentrañar por qué creemos.

A diferencia de otros científicos que en los últimos tiempos han dirigido sus misiles contra la religión –Richard Dawkins en El engaño de Dios o Sam Harris en El fin de la fe-, Atran se pregunta acerca de ese impulso que parece inherente al ser humano y que lo lleva a creer en algo trascendente. Y como tiene un enfoque darwiniano, intenta explicar los comportamientos presentes a partir de cómo pueden haber resuelto alguna vez los problemas de la supervivencia y la reproducción de la especie nuestros ancestros lejanos. La pregunta central es por qué la fe evolucionó en lugar de desaparecer.
Para este antropólogo, la fe religiosa demanda tomar lo que es materialmente falso como verdadero y lo que es materialmente verdadero como falso. ¿Esto no es acaso una desventaja a la hora de considerar la supervivencia del más apto?
Y, sin embargo, creyendo… nuestra especie sobrevivió. Si, en sí mismas, las creencias religiosas no ayudan a la adaptación, tal vez estén asociadas con algo que sí contribuye.
Quizá la fe no sea otra cosa que la posición de partida de la mente humana, algo que no demanda ningún esfuerzo cognitivo.
La vida humana primitiva, cargada de dificultades, favoreció la evolución de ciertas herramientas del conocimiento: la habilidad de inferir la presencia de organismos que pueden hacernos daño, el hecho de producir narraciones causales para transmitir eventos naturales y el reconocer que otras personas tienen una mente con sus propias creencias, deseos e intenciones. Los psicólogos las llaman detección de agentes, razonamiento causal y teoría de la mente, respectivamente.
La detección de agentes permitió que nuestros cerebros estén listos para presumir su presencia, incluso cuando vaya en contra de la lógica. Además, el cerebro humano desarrolló la capacidad de imponer una narrativa completa con una cronología y una lógica de causa-efecto a todo aquello con lo que se encuentra, sin importar cuán azaroso sea. Los antiguos griegos creían que el trueno era el sonido de las bombas de Zeus. Una mujer actual, cuyo tratamiento contra el cáncer funciona a pesar de tener una posibilidad en diez, explica su recuperación como un milagro, o como una recompensa por una plegaria, más que como la consecuencia de una tirada de dados con suerte.
La teoría de la mente es casi una intuición social: concebir que nosotros (y los otros) tenemos algo tan poderoso como inmaterial. Esto nos deja el camino abierto, de manera casi instintiva, para creer en la separación del cuerpo (la parte visible) de la mente (la invisible). Al concebir la existencia de la mente en otras personas aunque no haya prueba empírica, sugiere Paul Bloom, psicólogo y autor de El bebé de Descartes (2004), existe un pequeño paso para creer en mentes que no están ancladas en un cuerpo. Y de allí, asegura, sólo hay otro pequeño paso hasta la propuesta de almas inmateriales y la existencia de un Dios trascendente.
Nacemos con una facilidad innata para el lenguaje, pero el lenguaje específico que aprendemos depende del contexto en el que nos criamos. De la misma manera, comenta Bloom, nacemos con una tendencia innata a creer, pero los detalles específicos acerca de aquello en qué creer –ya sea que existe un solo Dios o muchos, ya sea que el alma, luego de la muerte, asciende hasta al cielo o migra hacia otro animal se determinan culturalmente.
La creencia se arraiga, además, cuando involucra emociones, y por eso la religión recurre a rituales. Creer en la vida después de la muerte gana porque es mucho más sencillo imaginar que el pensamiento continúa de alguna manera, ya que resulta un muro cognitivo pensar en el “no pensar”.
Nuestras mentes funcionan encontrando significaciones profundas a situaciones y experiencias donde no las hay.
En este sentido, los ateos tienen que esforzarse en serlo: la mente hace más sencillo creer que no creer. Atran, que es ateo, dice que enfrenta una lucha emocional e intelectual al vivir sin un Dios en un mundo no ateo, y cree que de allí vienen sus supersticiones –tocar madera o cruzar los dedos durante una turbulencia.
Aunque avance, la investigación científica, no ha podido hasta ahora ocupar el hueco real que llena Dios, un vacío que nuestra arquitectura mental interpreta como un ansia por lo sobrenatural y el impulso que, al intentar satisfacerlo en forma inevitable, genera lo que Atran llama “la tragedia de la cognición humana”.